1. Educar en y para la convivencia. Incidencia de la pandemia.

1.1. ¿Por qué trabajar para la convivencia?

Las respuestas de algunos alumnos durante el confinamiento, al preguntarles sobre su situación, nos debe hacer reflexionar seriamente. “Estoy mejor ahora” nos respondían, en algunos casos, algunos alumnos y alumnas. Nos decían que sintieron alivio al no tener que compartir espacios y tiempos con sus compañeros y compañeras. En algún caso, ni tan siquiera desearon participar o activar la cámara de su ordenador para aparecer en una videoconferencia de su clase, aun estando en su propio domicilio, acompañados de un familiar adulto.

Familias y profesorado hemos podido comprobar el potente progreso tecnológico que disfrutamos, (no en todos los casos, ni todos por igual). Una tecnología que permite el intercambio de ficheros, la realización de videoconferencias múltiples, el acceso a infinidad de fuentes y formatos de información, la realización de tareas colaborativas y hasta la posibilidad de realizar pruebas de evaluación on-line incluso en los niveles universitarios. Sin embargo, parece que no hemos avanzado a igual ritmo en cuanto a la convivencia pacífica de las personas, los grupos y las naciones.

Convivir es tomar conciencia de que vivimos con otras personas y es a través de la cooperación como vivimos y nos desarrollamos. Nuestra actual sociedad, la sociedad del conocimiento y de la información, ha desarrollado y fomentado una forma de organización y unos valores en muchos casos contrarios a la convivencia, primado el individualismo, la competitividad y la desconfianza. Vivimos en una sociedad basada en el tener, en la competencia, en poseer más. Este modelo se ha trasladado también a la escuela y a las familias, generando un tipo de relaciones no basadas en la cooperación y en el respeto, sino en el individualismo. Sin embargo, la convivencia se fundamenta en la solidaridad, en la aceptación y el respeto de las otras personas. El aprendizaje es básicamente resultado de la interacción social y depende de las relaciones interpersonales y del clima afectivo.

Debemos plantearnos por qué hay que trabajar la convivencia. Estar convencidos emocional, racional y vivencialmente de la importancia de la educación para la convivencia positiva. Este trabajo para mejorar la convivencia va a generar bienestar al profesorado y a las personas con las que nos relacionamos. Vamos a trabajar para estar mejor, para que todos estemos mejor. Como dicen Nélida Zaitegui y Pedro Uruñuela, no solo hay que saber y poder, lo primero es querer trabajar por la convivencia.

Ninguna otra institución tiene la oportunidad y la responsabilidad de, a lo largo de tantos años, acoger a la población infantil y juvenil y poder coeducarles en los principios, valores, competencias y habilidades necesarias para la convivencia. Sería una grave irresponsabilidad dejar pasar esta oportunidad y, al mismo tiempo, mandato normativo.

La neurociencia nos afianza la idea de que cuanto mejor sea el clima del aula y del centro, más motivado estará el alumnado para aprender y para estudiar. Aprender a convivir tiene valor en sí mismo, como aprendizaje específico, pero a la vez tiene un valor instrumental ya que sirve para mejorar y potenciar los aprendizajes académicos.

Cómo plantea Pedro Uruñuela [1], hay muchas más razones que fundamentan el trabajo de la convivencia:

  • Tal y como establece el Informe Delors, el fin de la educación no se reduce exclusivamente a la transmisión de conocimiento. Debe conseguir que el alumnado aprenda a ser, a convivir y a aprender.

  • Las tecnologías de la información y la comunicación suponen una dura competencia con el profesorado a la hora de transmitir información.

  • La inteligencia no puede reducirse a la inteligencia lógico-simbólica tradicional, debe potenciar las inteligencias múltiples, con especial atención a la inteligencia inter e intrapersonal.

  • El progreso en las relaciones interpersonales sigue siendo una de las asignaturas pendientes de la humanidad.

  • La educación el alumnado ha de ser integral. Se ha de trabajar el desarrollo emocional, la adquisición de habilidades socioemocionales y el desarrollo moral.

  • Los conocimientos se desarrollan rápidamente, pero, a la vez, enseguida quedan también obsoletos.

Una buena convivencia es, simultáneamente, un objetivo educativo a conseguir y una condición necesaria para que el aprendizaje sea posible.

Debemos insistir, en la importancia de las razones por las que es necesario trabajar la convivencia, pero, a la vez, es necesario pasar del reconocimiento teórico de la importancia del trabajo por la convivencia positiva, a su reconocimiento práctico. Debemos revisar lo que realmente hacemos, el tiempo que dedicamos al trabajo de convivencia, las estructuras que la potencian en el centro, los planes que tratan de impulsarla… Como oí decir en cierta ocasión a un inspector de educación: En educación, lo que no se evalúa, no tiene importancia.

Dinámica de grupo de alumnos sentados en círculo en un aula

Imagen 2. Cuanto mejor sea el clima del aula y del centro, más motivado estará el alumnado para aprender y para estudiar. Elaboración propia

  Por último, cabe detenerse a reflexionar sobre algunas cuestiones:

  • ¿Se dan en nuestros centros educativos relaciones basadas en la cooperación y en el respeto mutuo? ¿Se dan entre todos y todas?

  • ¿Qué planifica y realiza el centro educativo para promover una buena convivencia?

  • ¿Quién/es está/n implicado/s en esta tarea? ¿Con qué recursos cuentan? ¿Se analiza y evalúa?

  • ¿Qué consideramos como quiebra de la convivencia? ¿Y cómo violencia?

  • ¿Cómo afrontamos las situaciones de quiebra de la convivencia?

  • ¿Cómo se elaboran las normas? ¿Cuál es su papel?

[1] URUÑUELA, P (2016) Trabajar la convivencia en los centros educativos. Madrid. Narcea.